En México estamos rezagados el lectura. Los resultados no son nada alentadores: en promedio se lee un libro por persona al año. Eso quiere decir que existen millones de mexicanos que no leen ni siquiera un libro. Y en el peor de los casos, jamás se han interesado en uno y posiblemente jamás lo hagan. Irónicamente, México es el país con más librerías en el directorio de bibliotecas públicas iberoamericanas; superando a España y Perú respectivamente.
Las entidades que cuentan con más librerías son el Distrito Federal con 5.6 librerías por cada cien mil habitantes; le sigue Aguascalientes con 2.9 y Yucatán con 2.0 por el mismo número de personas. En contraste, los estados con menos librerías son Zacatecas con 0.7, Tabasco con 0.6 y Chiapas con 0.5 librerías por cada 100 mil habitantes.
Esto confirma que en México el problema del bajo promedio de lectores no es precisamente a un problema de educación, sino a una cuestión cultural. Las personas consideran que leer no es importante, además de que piensan que es aburrido.
Recuerdo mis clases de literatura en bachillerato. El profesor nos ponía a leer determinado libro y para demostrar que lo habíamos leído teníamos que escribir una síntesis sobre este. Un día antes de la entrega, todos los alumnos se ponían a buscar resúmenes en internet para tener una idea de qué trataba y de esta manera entregar el trabajo. A pesar de que la educación en México también es de muy bajo nivel —y que el analfabetismo ha aumentado en los últimos 10 años—, difícilmente alguien se va a interesar en la lectura si en la escuela lo obligan a leer.
México es el país con mayor número de librerías de los países hispanohablantes. Pero muy posiblemente su mayor cantidad de ventas sean libros que piden en las escuelas privadas y universidades para complementar los planes de estudios. Así que no nos sorprenda tener un presidente que jamás ha leído un libro. Con el porcentaje tan bajo de lectura, lo sorprendente sería tener un presidente interesado en la lectura.
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