Hoy por la mañana, circuló en Twitter una imagen de unas 20 sillas de ruedas entregadas por Secretaría de Desarrollo Social de Sonora. Admito que mi primera reacción fue de indignación, no tanto por la apariencia de las sillas -hechas con materiales reciclados- sino porque me parecía inadmisible que una dependencia con un presupuesto respetable entregue este tipo de donaciones. En redes sociales, las sillas fueron calificadas como un insulto a las personas con discapacidad, pues a primera vista, distan de la imagen de una silla de ruedas convencional.
Conforme transcurrieron las horas, apareció más información. La dependencia difundió su comunicado. No eran 20 sillas, sino 100, las cuales se repartieron en cinco diferentes municipios, como parte del programaCreSer con Dignidad. Después, trascendió que los modelos fueron donados por la organización Free Wheelchair Mission, cuya tarea es promover el uso de sillas de ruedas de bajo costo para los más necesitados. Cada una de estas sillas cuesta 800 pesos en ser producida, cerca de la mitad de una convencional. De a poco, la percepción general comenzó a cambiar: lo que en un inicio había sido calificada como una burla, ahora tomaba otros tintes.
El incidente de las sillas refleja que somos desconfiados y estamos acostumbrados a sospechar y denostar como primera reacción - porque, como diría el refrán, la burra no era arisca, así la hicieron. Ya con másinformación, considero incluso prudente la entrega de estas sillas por parte de la dependencia -si en realidad esto sirvió para abaratar costos y tener más cobertura-. Claro, hay más cosas por analizar (como saber si en términos de durabilidad y vida útil son equiparables a las convencionales), pero ésa ya es una dimensión diferente de análisis. A veces sólo sacamos muy rápido las antorchas y los trinchetes antes de reflexionar.
Otra situación que evidenció la entrega de sillas es lo veloces que somos para juzgar algo por su apariencia. Es claro que estas sillas son estéticamente menos vistosas que las que conocemos, pero ¿son por eso menos efectivas? ¿Son menos resistentes? Ahí habría que preguntar, averiguar, leer. Por ejemplo, la Free Wheelchair Mission señala que son más fáciles de ensamblar, mientras que el titular de Sedesol en Sonora afirma que permiten que la gente se pueda bañar en ellas, ya que el agua no las oxida. Cuando menos, deberían tener el beneficio de la duda.
Así como confiesé mi rabia, confieso mi arrepentimiento. Entre la información que se maneja, se habla de que550 sillas fueron donadas sin costo, salvo 20 mil pesos por la importación. Es un esfuerzo considerable, tanto de la fundación como del gobierno local, para gente que en verdad requiere del apoyo. ¿O acaso vamos a desperdiciar (y menospreciar) la donación sólo porque nos parecen diferentes?
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